Isaac Bashevis Singer nos cuenta sus memorias de infancia de la antigua Varsovia judía. Su padre, un rabino, fue juez y árbitro de los pequeños y grandes problemas a los que hacía frente diariamente la comunidad. Todo ocurría en el diminuto apartamento de los Singer, entre la oficina llena de libros y la cocina donde reinaba Bathsheba, la madre con una mirada aguda y sentido común. En cualquier momento entraba gente para discutir, quejarse, gritar, llorar, pedir consejo o simplemente hablar un poco.
Detrás de la puerta, un chico escuchaba con pasión, ignorando que aquello que escuchaba se convertiría algún dia en una de las obras literarias más destacadas del siglo XX.