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Girona y Francia. Entre la guerra y la paz, 1659-1939

La conocida como Guerra del Francès (Guerra de la Independencia Española) supuso un momento especialmente dramático y cruel en las relaciones entre Girona -y también Cataluña y España- y Francia. Pero cabe decir que, entre 1659 y 1939, las relaciones de los gerundenses con sus vecinos del norte fueron bastante más complejas. Tiempos de guerra y tiempos de paz se suceden a lo largo de estos tres siglos que constituyen el pasado reciente de la Girona actual.

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Girona y Francia en la formación de la Europa moderna (1659-1823)

En los últimos 350 años, Francia ha tenido una presencia constante en la evolución de las comarcas de Girona. Aliada de los catalanes en la Guerra de los Segadores, o de la Secesión Catalana (1640-1659), obtuvo al término de la misma los condados de Rosellón y Cerdaña -tierras cedidas por la monarquía hispánica que intentaba conservar los Países Bajos-. La nueva frontera se acercó, así, unos cincuenta kilómetros a Girona y obligó a la monarquía a sustituir la vieja fortaleza de Salses, levantada en el siglo XV, por nuevas fortificaciones situadas en territorio catalán: Roses, Figueres y Montjuïc. Los territorios gerundenses se convirtieron desde entonces en el campo de batalla inmediato en caso de cualquier conflicto entre España y Francia.

 

Vida cotidiana en la paz y en la guerra

Si bien es cierto que Francia fue protagonista directa de las guerras habidas en las comarcas de Girona en los siglos XVII al XIX, no hay que olvidar que también tuvo un importante papel en la paz. En el marco de la economía esencialmente rural de la época, diferentes factores hacían que, a pesar de pertenecer a Estados a menudo rivales, las diferencias entre las dos Cataluñas no fueran tan grandes. Así, eran frecuentes los vínculos personales y familiares y la compraventa de productos o el contrabando. Además, la lengua catalana se mantenía a un lado y otro de la frontera.

 

Girona asediada

Cuando un ejército no era capaz de hacer frente a un invasor en campo abierto, se refugiaba en las fortalezas y ciudades para intentar obstaculizar su avance. Entonces, la plaza en cuestión era asediada, a menudo durante bastante tiempo dado que la artillería de la época aún no era suficiente para inutilizar las murallas y las fortificaciones. La voluntad de resistencia de los asediados se sostenía tanto por el miedo a los saqueos y a los asesinatos que podían cometer los vencedores como por la violencia y la represión que, en el propio bando, se aplicaba contra cualquier acto de desobediencia. Pero a medida que pasaba el tiempo, y si no se recibían refuerzos, las condiciones de vida de los asediados se deterioraban cada vez más, y su capacidad de resistencia se reducía de forma considerable. Esto es lo que sucedió en Girona en los dos largos asedios de los años 1808 y 1809. A principios del siglo XIX, Girona era una pequeña ciudad de unos 8000 habitantes, rodeada por murallas de origen medieval reforzadas en el siglo XVII. El fuerte de Montjuïc, construido en el siglo XVIII, era su mejor defensa.

 

Miradas sobre la guerra

Paralelamente a la lucha tuvo lugar una guerra de propaganda. Para los franceses, los resistentes eran bandoleros y cobardes; para los resistentes, los invasores eran sacrílegos, enemigos de la religión y del rey, y estaban dispuestos a pasar todo a sangre y fuego. Pero a pesar de las apariencias, no todos los catalanes o españoles estaban igualmente dispuestos a combatir. Y aunque la supuesta unanimidad en la defensa de la ciudad ante el invasor francés fue uno de los grandes temas de las miradas tradicionales sobre la guerra, los hechos fueron, en realidad, más complejos, y aparte de los que luchaban hubo otros que desertaron, se escondieron o huyeron. Es decir, no todo el mundo estuvo dispuesto a dar su vida en nombre del rey, la religión o la patria.

 

Patriotas y afrancesados

Durante la guerra se produjo un combate cultural y político sobre la futura organización de la sociedad española. Una minoría -los afrancesados- se puso del lado de las nuevas autoridades francesas con la esperanza de que, así, llegaran a introducirse las reformas que creían absolutamente necesarias para el progreso de la sociedad. Por otra parte, una mayoría -los patriotas- se opuso a la invasión, pero con grandes diferencias de opinión sobre lo que hacer una vez que los franceses hubieran sido derrotados. Para los absolutistas, había que restablecer las instituciones tal como se encontraban antes de la invasión; para los liberales, en cambio, era necesario introducir reformas, comenzando por proclamar una constitución que asegurara las libertades y los derechos básicos de los individuos.

 

La guerra de la memoria

Desde el mismo momento en que se produjeron los asedios, comenzó su interpretación y su conversión en mito, primero al servicio de la propia causa resistente y después como material cultural que podía ser usado desde perspectivas ideológicas muy diversas. Los asedios y, por ende, una cierta visión negativa de Francia pasaron pronto a formar parte de la identidad gerundense, aunque esto no impidió que los contactos con el país vecino continuaran siendo tan frecuentes como lo habían sido hasta entonces.

 

Cómo funcionaban las armas de fuego durante la Guerra del Francés

 

Catálogo de la exposición

Girona y Francia. Entre la guerra y la paz, 1659-1939

Textos: Josep Clara, Lluís M. de Puig, Maties Ramisa, Lluís Roure, Enric Sagué y Genís Barnosell. Fotografias panorámicas: Jaume Llorens. Diseño exposición: 3carme33, Pep Canaleta y Jordi Claveria.

 

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